A lo lejos, en la sección de los andenes de la central, se observa llegar otro autobús cuyo destino final es la ciudad de Nogales, Sonora, México. Es una tarde sofocante y el sol quema duro. En esta ciudad fronteriza con el país vecino los días fluyen a otro ritmo, y el camino de los viajeros nunca se detiene.
El autobús se estaciona, de este descienden numerosas personas quienes rápidamente se dirigen hacia la salida, otros más se quedan esperando y algunos otros aprovechan para comer algo o realizar alguna llamada telefónica. El autobús se vacía y al cabo de esto el chofer desciende y se dirige hacia la sala de espera. El lugar se queda solitario, tan sólo algunas personas sentadas en las bancas en espera de su transporte.
De inmediato aparece un joven quien se dirige a abrir la sección de maletas del autobús ubicada en la parte inferior, justo en el medio. De forma rápida abre ambas puertas y en breve varias personas salen de forma violenta del pequeño sitio, cayéndose, algunos sin poderse parar. Son aproximadamente diez personas, hombres y mujeres adultos. Todos se estiran, están sudados y se quejan de los dolores musculares de piernas, rodillas y brazos. El resto de la gente observa, pero sin tanto detenimiento, no es la primera vez que ven esto, o al menos eso pareciera.
Al poco tiempo el chofer vuelve y da la instrucción con las manos haciendo señalamientos. Las personas que venían en el maletero comprenden, y de forma resignada vuelve a meterse a ese espacio deplorable del que salieron. El joven se acerca y cierra las puertas. Los demás pasajeros muestran sus boletos y suben al autobús, todos observan lo ocurrido, pero nadie dice nada.
Uno es ilegal y lamentablemente todo mundo abusa del migrante. Incluso el pago por viajar en el maletero fue mucho más costoso que pagar un boleto normal de pasajero. Literalmente, como lata de atún, así viajamos durante todo un día, haciendo paradas cada cuatro o cinco horas. Así es la vida del migrante, tener que soportar estas condiciones para no ser descubierto y detenido durante el viaje, menciona Alfonso, quien con una ligera sonrisa logra evitar la penosidad de esta situación.
Originario de Santo Domingo, Ecuador, Alfonso, un hombre de mediana edad, se vio en la necesidad de emigrar dadas las circunstancias sociales que actualmente atraviesa su país de origen, en donde la violencia por parte de grupos terroristas es algo insostenible en determinados lugares.
En ocasiones la gente piensa que quienes emigramos a los Estados Unidos es por el simple gusto. Ojalá fuera el caso, realmente estamos hablando de algo más complejo, como mi situación, en donde recibí amenazas de muerte hacia mi persona y también hacia mi familia.
Alfonso menciona que en Ecuador actualmente imperan los grupos denominados GDO (Grupos de Delincuencia Organizada), quienes a través de diversos métodos han acechado a las juventudes para vincularnos a sus filas y de esta manera incitarlos a delinquir: la mayoría de las veces estos grupos atraen a jóvenes ya sea con drogas, mujeres y dinero, de esta manera, a muy temprana edad, muchos comienzan a formar parte, pero todo a base de engaños. Una vez adentro los obligan a delinquir, y si no lo hacen, estas personas comienzan a amenazar a sus familiares.
Lo anterior deriva en algo todavía más lamentable porque las familias no solamente son víctimas de extorsión en donde se les pide dinero, sino que, al no contar con los fondos solicitados, dicha gente recurre a cosas atroces, como los desmembramientos para así generar miedo y pánico.
Dicha situación afectó la tranquilidad familiar de Alfonso en el momento en que estos grupos se acercaron a su hijo para intentar vincularlo a sus actividades. Al negarse a esto comenzaron las amenazas hacia toda la familia. La magnitud de esto superó las circunstancias al ser constantes los intentos de extorsión hacia Alfonso, a quien llegaron a amenazarlo de muerte de forma directa incluso en su domicilio: estas fueron las circunstancias que me orillaron a irme de mi país. El temor y la inseguridad me trajeron hacia Estados Unidos. El riesgo sigue latente en Santo Domingo de los Colorados, mi ciudad, por ello quiero que mi familia pronto pueda salir de ahí.
Fue así como el 12 de abril del 2024 Alfonso emprende su viaje hacia Estados Unidos, pasando por distintos países como El Salvador, Guatemala y después hacia México, lugar en donde menciona que el viaje adquirió más complejidad y dificultad debido a la circunstancias de ese país: el simple hecho de ser inmigrante es algo que te cobra factura en todo el viaje, hay que pagar por todo, incluso por tu propia seguridad. En México esto se vive de forma más intensa porque existen grupos organizados que controlan el tránsito de los inmigrantes. Es una mafia total.
Debido a esto, para poder cruzar de la frontera de Guatemala hacia México, él y otras personas migrantes fueron detenidos por parte de estos grupos y tuvieron que pagar la cantidad de $1500 pesos mexicanos (aproximadamente 78 dólares) para dejarlos acceder y continuar su camino.
De ahí en adelante todo su viaje hasta Tucson lo realizó en grupo, ya que esto les permitía moverse con más seguridad y de forma más económica al contar con el apoyo de más personas migrantes. Ya fuese en camionetas privadas o en autobuses, Alfonso menciona que todo tuvo un costo. Incluso los espacios para pasar la noche, a pesar de no estar en las mejores condiciones, tuvieron un costo:
En cada viaje, y a la llegada a determinado sitio, rápidamente nos comunicaban con personas quienes nos ofrecían la posibilidad de pagar por dormir en algún lugar. Pasábamos las noches en bodegas, en condiciones insalubres, no había luz, agua, mucho menos una cocina para preparar alimentos. Tan sólo se trataba de un lugar supuestamente “seguro” para dormir en el suelo y con cartón y así poder continuar el viaje al día siguiente.
Respecto a su proceso de detención Alfonso comenta que ocurrió de forma inmediata una vez llegado a Nogales, ciudad mexicana fronteriza con Estados Unidos. Aquí varios grupos de migrantes cruzaron el muro y tras caminar un poco se entregaron de forma voluntaria a inmigración, quienes los recibieron para hacerles una revisión, brindarles un poco de comida y agua en las instalaciones de una “tienda”. Aquí permaneció tan sólo una noche y al día siguiente fue trasladado a Tucson, en donde estuvo 6 días detenido:
En la madrugada de la sexta noche llegó un oficial, aproximadamente como a las 4 de la mañana. Nos pidió a quienes estábamos ahí detenidos que saliéramos hacia una parte. Observé que había bandejas con grilletes y cadenas. Había gente de muchas nacionalidades, gente de Europa, Asia, África y Latinoamérica. Cuando observé que nos estaban encadenando se me derramó el alma. Nunca había estado en una situación así y nunca pensé que viviría algo así, de tener cadenas en manos, pies y barriga.
Una vez encadenados nos formaron y nos dirigieron hacia un autobús, las cadenas pesaban y era difícil moverse. “En qué he venido a caer, Dios mío”, me dije. Nos llevaron al aeropuerto de Tucson y nos informaron que nos estaban trasladando a Denver, a un centro de detención oficial.
En Denver Alfonso enfrentó una situación todavía más compleja, puesto que les mencionaron que a partir de ahí realmente no había certeza sobre cuánto tiempo más estarían detenidos, ya que esto variaba mucho. Bien podría ser algunas semanas, meses o incluso más de un año: aquí la incertidumbre me embargó por completo y sentí mucho coraje, tristeza e impotencia debido a las injusticias y adversidades que ocurren en mi país, razones que me obligaron a estar en esa situación
En detención Alfonso comenta que los días fueron bastantes inciertos, y mientras más avanzaba el tiempo la frustración y la desesperación se hacían más grandes e insostenibles de sobrellevar: la única forma en que yo pude soportar todo esto fue con la ayuda de Dios. Nos reunimos un grupo de veinte personas quienes durante las noches leíamos la biblia y orábamos para encontrar un concilio y esperanza ante nuestra situación. Se podría decir que formamos una comunidad de apoyo y soporte para todas las personas que se derrumbaban y necesitaban de donde sostenerse.
La disciplina fue algo también muy fundamental para lograr un equilibrio mental ahí adentro, comencé a adquirir una rutina para no caer en la desesperación. Desde tender la cama todos los días hasta mantener una actitud de respeto hacia los demás
Alfonso permaneció detenido aproximadamente dos meses y medio, con la esperanza de poder tener su entrevista del miedo creíble y recuperar así su libertad. Sin embargo, esto no sucedió. Tras esa larga espera un día recibió un formulario en donde, si bien ya no podía salir de detención por medio de una entrevista del miedo creíble, se le otorgaba la posibilidad de salir de detención inmigratoria a través del pago de una fianza. De esta manera se planteó así una posibilidad real para poder obtener su libertad sin especulaciones.
A su vez, comenta que Subversivo llegó en el momento más indicado y cuando más lo necesitaba. Dos cosas son las complicadas en esta situación: contar con un patrocinador y el dinero para pagar la fianza. Afortunadamente recibí el apoyo de una persona quien accedió ser mi patrocinador y el pago de la fianza fue mucho más accesible con ustedes. Pensé que el trámite se iba a demorar, pero en menos de una semana me informaron que ya estaba libre. Fue uno de los mejores momentos que he vivido: sentir la alegría de estar libre nuevamente.
Por el momento Alfonso se encuentra en Texas con la intención de regularizar su situación en Estados Unidos para poder trabajar y, en algún momento, traer a su familia. Actualmente se encuentra viviendo con un amigo cristiano a quien no conocía, pero quien le ha brindado apoyo para la situación que actualmente vive. Me siento la persona más bendecida, por todo el apoyo brindado, de mi familia, amigos y Subversivo.
Subversivo agradece la atención y cordialidad de Alfonso para charlar con nosotros y escribir este testimonio. Con la esperanza de seguir apoyando y uniendo a más personas con sus seres queridos, Subversivo lucha por la libertad de las personas detenidas por inmigración.
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